Sevilla, Sevilla…

Prosigue el idilio con Andalucía… mi estancia en Sevilla

¿Prosa o poesía?

 

El actual sistema universitario prima que los profesores que aspiren a consolidar su plaza hagan estancias en otras universidades. En mi caso, fui contratado por la “Pablo de Olavide”, de Sevilla (UPO). Allí me incorporé al Departamento de Derecho Público, en condición de profesor visitante, para impartir una asignatura del Grado de Ciencias Políticas (Ciencia Política II) y otra del doble Grado, de Derecho y Ciencias Políticas (Partidos y Sistemas de Partidos). Lo cual implicaba residir en Sevilla, desde principios de febrero, hasta finales de septiembre.

Lógicamente, eso no es ir de vacaciones. No es estar de paso. Es convivir allí. Me permitió conocer relativamente bien la ciudad y a su gente. Estuve en una residencia, en la calle Porvenir, del barrio homónimo, en la que compartía comedor con administradores de fincas, ingenieros, otros profesores, etc. Alguno de ellos era de la propia Sevilla, mientras que otros eran de otras tantas ciudades andaluzas, como Granada. Los fines de semana muchos de mis compañeros de residencia se iban a sus casas, con sus familias. Pero casi cada fin de semana uno u otro me conducía a visitar lugares muy bellos de Andalucía.

Así, teniendo dicha residencia como base de operaciones, y siempre en buena compañía, pude deleitarme con el paisaje “pirenaico” de la Sierra de Grazalema, incluyendo sus fuentes de agua cristalina en las que los tritones campaban a sus anchas; con las playas de Huelva, cuyas arenas parecen flotar entre un mar no tan manso y unos pinares graciosamente retorcidos por efecto del viento; con la ornitología “tropical” de Doñana, que enmarca el poblado del Rocío y toda su bien ganada fama, jalonada por miles de romerías que van en busca de esa Paloma blanca; con la pintoresca Ronda, su puente sin fin y su goyesca Plaza; con la Sierra de Aracena, excavada caprichosamente por la gruta de las Maravillas y con la ruta, no menos maravillosa, que va enlazando pueblos pintorescos, entre alcornocales que muestran orgullosos su blindaje de corcho; con los doce caños de la fuente de los heridos que socorre al caminante como buena samaritana; o con la mezcla de colores, verdes (del bosque), azules (del cielo), marrones (de la tierra), negros (de la pizarra) y blancos (del manto que envuelve la tumba del rey Mulay Hacen) que hipnotizan al visitante que repasa la vereda de la Estrella, ésa que abre el camino hacia la parte más Nevada de la Sierra por antonomasia; con la ruta de los Cahorros que, al final de la primavera, o a comienzos de verano, parece contener un parque jurásico que de frescor está pletórico, a base de helechos, musgos, e hidráulicas colas de caballo; o con la alegría que desprende, por contagio, solo con verla, la Tacita de Plata, con su caleta convertida en tranquila ensenada, flanqueada por el halo protector de San Sebastián y de Santa Catalina, que no le apartan su mirada.

Entrada a la ruta de los Cahorros

Andalucía es un tesoro. Pero, dentro de ella, Sevilla es la joya de la corona. Entre clase y clase, aprovechaba para embriagarme con ese paisaje, esta vez urbano. Mis paseos por el parque de María Luisa, con sus árboles centenarios, sus esculturas románticas, sus edificios de época, sus fuentes y lagos, o sus rosaledas; por la inmensa plaza de España, con sus motivos regionales y su canal veneciano, surcado por barcas, con sus entrañables puestos de chuches y su base de calesas; por el barrio de Santa Cruz, con sus fachadas blancas, con sus geranios de colores colgando de los balcones y de las ventanas, que a cambio vigilan sus estrechas callejuelas con sabor a Andalucía, con resabios de Zorrilla; y con ese olor a azahar en flor, que regalan sus naranjas, dicen que amargas, pero que endulzan el alma más áspera; por el Alcázar, con sus murallas y torreones, con sus arcos de herradura, con sus azulejos, sus jardines y el constante rumor de sus fuentes; por la Catedral, con su Biblia Dorada, que abraza e ilumina el Altar Mayor, con su patio almohade y con sus muchas puertas de entrada, a cual más bella que la anterior, que invitan a que nos acerquemos un poco más al cielo, sin darnos mucha cuenta de ello. Y mis paseos por la ribera del Guadalquivir, hacia Triana y el barrio de San Jacinto, o bien hacia la Macarena, tras pasar por la Maestranza, saludando a la Torre del Oro que, enhiesta, a mitad del camino monta guardia.

Barrio de Santa Cruz

Parque de María Luisa

Y qué decir de la Semana Santa sevillana, con sus costaleros, devotos, enamorados de la Virgen, a la que llevan en volandas, sobre sus espaldas, soportando un peso que, lejos de pesar, les alivia el alma; y qué de los nazarenos, algunos descalzos, otros encadenados, todos ellos desfilando para expiar nuestros pecados, escoltando a quien más expió con menos causa; y qué del perfume del incienso, que todo lo impregna, almibarando la marcha del cortejo; y qué de esa Salve, rociera, que pone los vellos de punta del más pintado, cuando al son de sus gargantas se estremecen las calles y plazas y parece que hasta se desliza una lágrima por esa mejilla inmaculada, tan bella, como de porcelana, que, humilde donde las haya, se ruboriza ante una acogida tan cálida.

Esta prosa, casi poesía, es la que brota de mi mente cuando recuerdo Andalucía. La Universidad, al presionar con sus protocolos, con su modelo de carrera, con sus imperativos, me concedió, inopinadamente, la posibilidad de vivir una magnífica etapa de mi vida. Para que luego digan que esto de tener que moverse por “culpa” del trabajo, es un problema. Cayendo en Sevilla, es una gracia… divina.

De esa etapa recuerdo mucho a Manuel Torres Soriano, con el cual todavía me veo, porque el vínculo laboral se mantiene, como se mantiene el de la amistad. Y recuerdo a “Quique” Quirós, de la residencia del barrio del Porvenir, siempre tan diligente y amable conmigo; y a José Antonio, serio, pero amigo de la broma, también residente. Pero, sobre todo, recuerdo Sevilla, recuerdo Andalucía. Tierra bendita, tierra de alegría.

Procesión con la Giralda al fondo

La estancia en la Universidad Pablo de Olavide dio mucho juego. También para visitar una de las principales bases militares de nuestro país la base de Rota. La historia de esta visita es curiosa. Corría el año 2009 y un buen día, en un almuerzo que compartíamos profesores y militares, en el contexto de unas jornadas sobre seguridad y defensa, hice una apuesta con un capitán de fragata. La cuestión era si un C-130 Hércules podía despegar de un portaaviones. Él decía que no; y yo, que sí. Nos apostamos una cena en un buen restaurante (o en el mejor, no recuerdo) de Madrid. OK, pues. Apuesta confirmada.

El caso es que es que sí. De hecho, el hombre sabía de lo suyo y cuando le recordé que los portaaviones de la US Navy llevaban a bordo un par de C-2 Greyhound (bastante más pequeños que el C-130 pero… en la línea de un turbohélice de transporte) ya vio que igual le tocaba pagar, pero… comprobamos los datos y, en efecto, se había hecho una prueba con el C-130 y se logró que despegara de esa pista… auxiliado por cohetes. En fin… ¿despegó, no? Pues lo hizo, en efecto.

El capitán de fragata estaba destinado en Madrid, en un puesto que podía facilitarme cosas mejores que esa cena. No en beneficio personal, sino para mis alumnos. Así que le cambié el premio por una visita programada a la base naval de Rota, con el bus pagado por el Ministerio y con acceso a buques de guerra y hangares. Y el CF… lo consiguió. El resultado (parte del mismo) se refleja en la fotografía aneja. Los chavales están contentos. Y yo, más moreno que nunca -poca broma con las excursiones por toda Andalucía, o con los paseos por Sevilla- también lo estoy. No es para menos: quienes lo desearon pudieron subirse a la cabina de un cazabombardero. No es algo que se consiga cada día. También nos mostraron con detalle un helicóptero SH-60B y subimos a bordo de uno de los LDP de la clase “Galicia”.

La foto está tomada en el hangar de la 9ª escuadrilla de la FLOAN, apreciándose un par de cazabombarderos AV-8B Harrier II. Se distingue perfectamente el FLIR AN/AAR-51 y el morro que integra el radar APG-65, mientras que la bomba que se puede apreciar en la fotografía es una Mk 82, de 227 kgrs.

Granada, una ciudad mágica

 

Granada es uno de mis destinos más habituales. Algunas veces por “exigencias” de la Universidad; en otras ocasiones por “exigencias” del Mando de Adiestramiento y Doctrina del Ejército de Tierra (MADOC). ¿Por qué lo pongo entre comillas? Porque, en realidad, no hay ninguna exigencia. Yo podría hacer mi carrera universitaria sin aparecer por Granada. Ni por la Universidad, ni por el MADOC. Solo que… quiero aparecer por Granada. No es una obligación; es una devoción. Dicen que los granadinos tienen “mala follá”, pero creo que lo que son es gente muy auténtica. De esa gente, queda poca. Por otro lado, son tantos los años que llevo acudiendo a esa parte tan mágica de España y son tantos los lazos que se han ido tejiendo a lo largo de esos años, que ir a la Universidad, o al MADOC, ya forma parte de mí.  

En efecto, hace unos veinte años que voy por allí. Todo comenzó en un congreso de la AECPA, en 1999. Mi primer congreso, siendo un “profe” novato. Tan novato… que todavía no había impartido ni una sola clase… apenas llevaba una semana con mi primer contrato firmado. En ese marco trabé amistad con Javier Jordán. Desde entonces, nuestra relación académica (y de amistad) ha sido fluida. Y sigue.

En muchas ocasiones, mi estancia se desarrolla en el Colegio Mayor Albayzín, a no ser que para algún evento tenga que concentrarme, con el resto de conferenciantes, en algún hotel de las cercanías. En ese colegio mayor he tenido ocasión de conocer a gente estupenda. Pero quien se lleva la palma es Don Antonio. Excelente persona y excelente consejero, siempre al servicio de los demás. Otra de las personas que marcan la vida de uno, sin hacer ruido, casi sin pretenderlo.

Granada engloba historia, cultura, arte, tradición; combina lo cristiano, lo musulmán, lo flamenco, lo gitano. Granada es un mosaico de sensaciones, de colores, de sabores. Visitas obligadas, en el centro urbano, lo son la Catedral, la Capilla Real, así como la plaza de la Bib Rambla (mejor todavía si es degustando unos buenos churros con chocolate en uno de los afamados establecimientos de dicha plaza…). Cada uno de esos sitios está muy cerca de los otros, con lo cual podemos concentrar nuestro goce en el tiempo y en el espacio.

Y, por supuesto, es obligada una ruta por los bares de tapas. Granada es una de las capitales del tapeo a nivel nacional. Así que uno no puede ir allí y no degustarlas. Eso debería estar prohibido. Así de simple. Las opciones son múltiples, porque hay bares de tapas muy elaboradas y otros en los uno puede pasar un rato divertido y «jartarse», con poco presupuesto. Recuerdo el «reventaero»… ¡buf! Lo importante es que hay oferta para todo tipo de paladares y bolsillos… ¿qué más se puede pedir?

De hecho, cuidado con lo que se pide, y con cómo se pide. En una ocasión, entré en un restaurante, pedí pescado frito de primero, y lomo adobado de segundo… luego, interpelado por el camarero, pedí una cerveza para acompañar la comida. Hasta ahí, lo normal. Pero a los pocos minutos, el camarero (re-)aparece, cerveza en mano, más un plato de migas y otro de paella. A ver, estaba claro… era un error. De cajón, vamos. Con el ajetreo, el hombre se había confundido de mesa. Solo pensé… «será que en Granada traen todos los platos a la vez… menos mal que no he pedido el postre…  si algún día me preguntan por el postre junto con los platos principales», seguí barruntando para mis adentros… «ya sé que no puedo pedir helado… por si acaso».

Pero no, la solución al entuerto no iba por ahí… el camarero me dijo que esos platos contenían las tapas que escoltaban a la cerveza. ¡Dios mío! Luego, siguió, «ya vendrá el primer plato, finalmente, el segundo y luego… el postre»… Al final, tuvo que ser un helado… para poder digerir todo aquello… ¿Y eso es «mala follá»?… pues si llega a ser buena… estos acaban con el hambre en el mundo en cuatro días…

Entrada de la Capilla Real

Interior de la Catedral

Una de las chocolaterías típicas

Pero, ya se sabe, el senderismo, el contacto con la naturaleza, forma parte de lo que envuelve mis actividades académicas. Está bien discutir de temas de la máxima relevancia geopolítica con algunos de los mejores expertos del país, tanto en la UGR, como en el MADOC, pero… no solo de libros vive el hombre… Granada está en la falda de Sierra Nevada… eso hay que aprovecharlo, ¿no?

Lo cierto es que, sin necesidad de llegar a las alturas de la Sierra, existen varias rutas “periurbanas” que se pueden hacer dando un paseo (o casi), saliendo tranquilamente de la casa de uno. Es interesante, por ejemplo, la Ruta de la Acequia Real, hasta alcanzar la presa del Rey. Se trata de hacer el recorrido inverso al que sigue el agua del río Darro, canalizada para llegue a alimentar el Generalife y la propia Alhambra. Pero no al nivel del río, sino, en la mayor parte de sus tramos, por encima del mismo.

Por consiguiente, en sus primeros tramos esa ruta puede arrancar desde cualquier punto de la ciudad, pero arranca desde la propia Alhambra, atravesando su complejo, de modo que va picando hacia arriba, como la Alhambra misma… pero un poco más. De ahí la posibilidad de disfrutar de excelentes vistas, especialmente cuando se alcanza la recientemente restaurada Silla del Moro. Aunque, poco después, siguiendo la ruta, también se puede saborear el paisaje desde las alturas incluyendo, sucesivamente, el barrio del Albaicín y el del Sacromonte, con todos sus matices, que son muchos.

Dejando la Alhambra atrás...

Vista al Albaicín

... y al Sacromonte...

Una vez allí, aunque hay dos o tres alturas que recorren la ladera, es recomendable seguir el nivel de la propia Acequia Real, para seguir un camino que nos dirige a la presierra (Nevada). Aunque la ruta señalada no es excesivamente larga, ni excesivamente compleja (salvo que haya habido lluvias torrenciales recientes, puesto que en dicha ladera sí se puede dar algún desprendimiento de tierras). Finalmente, hay que descender para cruzar el río, por algún punto que nos permita no mojarnos en exceso y, desde ahí hay que buscar el monasterio abandonado de Jesús del Valle. De manera que el tramo final, hasta la propia presa, es más amable, desde el punto de vista de la dificultad. Pero merece mucho, mucho, la pena, el haber disfrutado de esas vistas desde la privilegiada atalaya natural ofrecida por esa pequeña pero genial obra de ingeniería, que tiene tantos siglos a sus espaldas.

El camino de regreso puede hacerse llegando desde el nivel del río, hasta entrar en el Sacromonte, para llegar desde ahí al casco urbano. También es interesante ver cómo Granada se nos va acercando a medida que avanzamos, en medio de la naturaleza, para dejarnos sorprender por sus encantos, a ritmo de caminante.

Tramo de la ruta, en la ladera

Descendiendo hacia Jesús del Valle

En la presa

Otras escapadas, en medio de la actividad académica… Cartagena

 

Siempre surgen buenas coyunturas. Un Congreso puede (suele) serlo. Cuando acudí al Congreso de la AECPA celebrado en Murcia, surgió la posibilidad de visitar el arsenal de Cartagena. Eso no se podía desaprovechar. Así que… ¡rumbo a la base de submarinos! Ahí está la flotilla de que dispone la Armada, conformada por los S-70 «Galerna», de construcción nacional, a partir del tipo francés Agosta. En su día, cuando entraron en servicio, fueron considerados como los escualos de acero más avanzados del mundo, considerando los que no tenían propulsión nuclear. Su proa ofrecía menos resistencia de lo que era habitual en los diesel de la época y podían superar los 20 nudos en inmersión. Ahora, están ya en la fase final de su dilatado servicio, pero siguen siendo buenas unidades.

Acudí a la cita con otros tres profesores y una profesora, también participantes en dicho congreso. El personal de la base mostró, como es costumbre en estos casos, una gran hospitalidad. Mientras que la visita organizada nos ofreció la oportunidad de subir a bordo. Entonces pudimos comprobar de primera mano la angostura de esos buques, así como parte de sus equipos. No es difícil hacerse una idea de las condiciones de habitabilidad, que se agravan en caso de que se esté en zona de operaciones. Realmente, fue una experiencia muy interesante. 

La flotilla al completo

Vamos acercándonos...

¡Zas! A bordo, en cubierta.

Claro que Cartagena tiene también otros atractivos. Es una ciudad muy acogedora, con su Calle Mayor, su paseo marítimo, su puerto deportivo, su club de mar, así como sus parques ajardinados, muy cuidados, algunos de los cuales constituyen magníficas atalayas desde las que se puede contemplar la belleza del entorno urbano. Y ojo con su historia, con anfiteatro romano incluido. La memoria de Cartago Nova se proyecta a nuestros días. También son visita obligada algunos de sus museos, civiles y militares. Así que da para mucho. 

Por si eso fuera poco, Cartagena ha sido y es uno de los mejores puertos naturales del mar mediterráneo. Esa realidad la ha convertido en tentación para terceros. De modo que su ensenada está protegida, en primera instancia, por una cadena de colinas que la abrigan frente a inclemencias de todo tipo. Pero, a su vez, esas montañas son las anfitriones de una red de pequeños enclaves, tradicionalmente dedicados a emplazar la artillería de costa.

Hoy en día esas baterías están en desuso, pero unas cuantas son visitables. Algunas de ellas con visitas guiadas. De hecho, los amantes del senderismo pueden seguir varias rutas «de los castillos», que ofrecen una excelente perspectiva. La sensación de estar entre la montaña y el ancho mar, en un día en el que te acaricia una ligera brisa, es un regalo para los sentidos. Si le sumamos las vistas al mediterráneo… en fin… es como para detener el tiempo.

Una visita al Parque Torres.

Desde dicho parque... anfiteatro y mar

Una toma más cercana...

Estancias… «fijas discontinuas»: Madrid

Una de las cosas que más ilusión me ha hecho a lo largo de estos años fue la llamada del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado (IUGM) para que impartiera clases allí. Corría el año 2010. Esa ilusión se debe a varias cosas. La primera, que yo había sido alumno de ese mismo máster, en mis primeros años de actividad académica, siendo todavía becario de investigación en mi propia Universidad. La segunda, que Madrid es una ciudad en la que siempre me he sentido especialmente a gusto. Esta apuesta académica no implica largas estancias, sino estancias cortas. Aunque, eso sí, frecuentes. No tanto como quisiera, pero frecuentes.

El IUGM  me trae a la memoria las clases del general Lobo, con su media sonrisa, apenas esbozada, con su manera de cuidar a los alumnos, con su esmero a la hora de preparar las clases, a fin de poder lanzar unos cuantos buenos mensajes en el escaso tiempo disponible. Lobo ha sido un gran ejemplo. No hace tanto, en el Instituto, me comentaron que estuvo impartiendo sus clases casi hasta el final de sus días, cuando apenas podía desplazarse por su cuenta. Su esposa lo acercaba al Instituto y luego lo recogía. Pero, sobre todo, el general Lobo las estuvo impartiendo hasta casi su último aliento con la misma vocación de siempre. También sé que, tras su traspaso, su esposa no le sobrevivió por mucho. No tuvieron hijos. Con su permiso, me considero un poco hijo suyo. O, al menos, ahijado. Sé que es una inmodestia. Que no llego ni a la suela de su zapato. Pero también me consta que el aprecio era mutuo. Así que espero que, allí donde esté, perdona mi atrevimiento. De mayor, eso sí, me gustaría ser como él.

Pero, como a Lobo, recuerdo a otros magníficos profesores: Puell de la Villa, Portero, “Pepe” García Caneiro, Olmedo… todos ellos trasladaban a los alumnos su pasión por el conocimiento y por la divulgación del mismo. ¿Y qué decir de quienes conducían el Instituto? Alguno ya está citado entre los docentes, pero guardo un gran aprecio a Emérito Álvarez y a Enrique Vega. En aquellos tiempos, yo pensaba, para mis adentros… ¡qué bonito sería contribuir a esa labor! Así que, cuando me ofrecieron esa posibilidad, no dudé ni un instante. Ahora, cada vez que me toca acudir a Madrid, doy clases en exactamente las mismas aulas en las que, no hace tanto, estaba sentado, asistiendo a las de mis maestros. Aunque más bien debería decir Maestros. Dicen que no me va mal. Lógico es que así sea: como albacea de esos precursores, no tengo derecho a fallar.

El templo de Debod, muy cerca del IUGM. Genial para dar el último repaso a la clase.

Madrid, Madrid. ¿Qué decir del marco que arropa a esas clases? ¿Qué decir de mis recurrentes visitas a la capital? Pues que aun no me he marchado, después de mi última clase, y ya tengo ganas de regresar. ¿Cuándo es la próxima? ¿Cuándo me “toca”? La forma más fácil de explicarlo es que en Madrid me siento como en mi casa. Aunque no lo sea. Bueno, sí, un poco lo es. Es la capital de todos. Y eso se nota.

¿Lugares para visitar? Cuando me desplazo para dar clase, dependiendo de la época del año de que se trate, suelo dar una vuelta por el Parque del Oeste, cerca del Templo de Debod, acercándome a algún mirador (si es otoño) o bien suelo acercarme al Madrid de los Austrias (en cualquier momento del año). Me encanta el mercadillo de San Miguel, parada obligada de esta ruta urbana, que es altamente recomendable, por su tradición y por la gastronomía que atesora, tanto vieja, como nueva.

Aunque esta ruta gana más enteros (si cabe) cuando se acerca la Navidad, ya que puedo enlazar la visita al mercado con otra que me acerque a la Plaza Mayor, que en esos días está pletórica de sonidos, colores y sabores, ambientada de Buena Nueva. No falta la compra de un par de décimos en la Puerta del Sol (los únicos que compro) que, por supuesto nunca tocan. Pero da igual, porque poder disfrutar de Madrid esos días ya es un premio en sí mismo.

El mercado de San Miguel, tradición, arquitectura, arte y gastronomía

La Plaza Mayor, preparando la Navidad

Si logro cuadrar horarios de clase y de transporte, el Retiro no se me escapa. Aunque se me antoja más bonito en primavera, también en otoño tiene su gracia. Me trae recuerdos de infancia cuando, siendo muy niño, lo visité por vez primera con mis padres. Cada vez que contemplo su lago, sus barcas, sus palomitas de maíz, sus terrazas, su frondosidad, sus caminitos, sus ardillas, la gente haciendo deporte, me sorprende (nunca ha dejado de hacerlo) una sensación de déjà vu. Sensación agradable donde las haya. Mis padres ya no están en condiciones de volver a ver el Retiro, pero, de alguna manera, es como si los tuviera ahí, a mi lado, sonriendo, satisfechos de verlo y de verme. De regreso, se lo cuento y compartimos esos recuerdos. Para ellos es nostalgia. Para mí, todavía no. Ya llegará, Deo volente, como le gusta decir a mi amigo Javier Ayuela. De momento, es alegría. Claro que la nostalgia, bien gestionada, es otro tipo de alegría. De las mejores, diría yo.

Así que voy a Madrid varias veces al año, a trabajar. Y cuando represo a mi otra casa, en mi pueblo, no estoy más cansado, sino más descansado.

Paraje del Parque del buen Retiro

Cursos de verano… menuda oportunidad: Pontevedra

 

Los cursos de verano de la UNED también ofrecen excelentes oportunidades para combinar estudios y turismo. El trabajo en su contexto suele ser especialmente gratificante. Al final, uno va a hablar de lo que más sabe, a unos alumnos que han elegido ese curso entre muchos otros. Todo encaja a la perfección. Así que suelen liberarse bastantes horas para conocer el entorno. En mi caso, suelo reinvertir lo que me ingresan por mis sesiones, contratando de mi bolsillo alguna noche de hotel adicional a la que me paga la organización. Eso me permite estirar mi presencia en la zona, y disfrutar más del paisaje. Está bien, un catalán, cobrando de Madrid, pero dejándose ese dinero por el resto de España. Suena bien. Pues de eso se trata. ¿No gano nada? En realidad, gano un montón: gano felicidad. Todavía más. 

Pontevedra ha sido un destino repetido, en dos o tres ocasiones. De modo que he podido disfrutar de su magnífico casco antiguo: muy recomendable. Bien cuidado, realmente monumental en su arquitectura, pero también muy tradicional y popular. Sus jardines, los puentes sobre el río Lérez, sus plazas, alguna que otra «casa encantada» (las meigas…), la encantadora casa del gran Valle Inclán, los cruceiros que jalonan los paseos… en fin… tenemos un país que es para comérselo. 

Hablando de comer, en una de esas visitas decidí aprovechar el día después de las clases para visitar Sanxenxo. Una vez allí, a la hora del almuerzo, decidí saborear el afamado marisco local. Pero me alejé de los restaurantes de la primera línea de costa, para buscar alguno, en segunda o tercera línea de mar, que fuera más casero. El caso es que pedí de plato principal un bogavante. En la carta ponía su peso y, a la hora de la verdad… aparece el camarero con dos bogavantes. Aunque ha quedado claro que lo que gano en mis clases lo reinvierto en la economía local… también es verdad que no estamos hablando de un puñado de sardinas (con todo el respeto hacia ese pescado azul) así que… pregunté al camarero… «Perdone, pero… ¿no se habrán equivocado con los dos bogavantes?» Y, para mi sorpresa, me dijo… «¡No, home! E que pesamos la lagosta e, como le faltaba un poquinho para facer o peso… por iso puxemos outro… polo mesmo prezo»… Sobran los comentarios. Así que… seguiré con mi política… 

Una perspectiva no tan usual de La Peregrina

Cruceiro ante la que fue casa de Valle Inclán

Praza da Leña: de las más bellas de Pontevedra y... más allá

Basílica de Santa María

Puerto deportivo de Sanxenxo

Los bogavantes de la historia

Claro que, estando en la provincia de Pontevedra… qué menos que acercarme a la Escuela Naval Militar, en Marín. Así que, el verano siguiente, cambié de destino complementario. De joven, estando en 2º de BUP, me llegue a plantear seriamente mi ingreso en dicha Academia. Aunque el peso de las ciencias puras me echaba para atrás. Finalmente, opté por otra trayectoria, en el ámbito civil, aunque, paradojas de la vida, he acabado publicando regularmente en la revista del Cuartel General de la Armada. ¿Casualidad o causalidad? (No creo en las casualidades). Así que… a Marín… a la voz de «ar»…

Me confirmaba con lo que fuere. En el peor de los escenarios me tendría que conformar con tomarme una cervecita bien fresca, contemplando la entrada, ya que en esa ocasión iba sin invitación. De modo que me la jugué. Pero hay que tener fe. Y la verdad es que tuve un golpe de fortuna, porque esa inopinada visita coincidió con unas puertas abiertas. ¡Genial! Supongo que, por fechas (mediados de julio) tendrían que ver con actos vinculados a la entrega de diplomas a los alumnos de la Escuela. El caso es que esa jornada Marín estaba repleto de familias, con sus hijos: muy buen ambiente.

Una vez dentro, pude contemplar en todo su esplendor el buque-escuela a vela de la Armada, la flotilla de lanchas de instrucción (Rodman 66) que es, a la sazón, la única inquilina permanente de los muelles de la Escuela, así como algunas unidades adicionales procedentes de la base naval de El Ferrol que ese día, a tenor de esos actos, estaban atracadas en los muelles de Marín. Además, claro, pude dar una vuelta por las instalaciones de la Escuela, que me traían recuerdos de «botón de ancla». Como pude, asimismo, trasladarme en el tiempo al observar algunas piezas de artillería que son recipientes de otros tantos pedazos de nuestra historia naval. Otro deleite para mi retina…

Buque escuela "Juan Sebastián de Elcano"... un emblema, con más de 90 años de servicio en sus cuadernas

Patrullero "Tabarca", con su cañón de 76/50 mm Mk 22 en el castillo de proa

Piezas históricas. La que aparece en segundo plano es una de las torres dobles de 203 mm del crucero "Canarias"

Más cursos de verano: Barbastro

 

Aragón. Dicen de los maños que son gente de ley (nobleza baturra). Sus tierras, desde luego, bien lo parecen. Austeras, pero con carácter. El curso desarrollado por la UNED en Barbastro me dio la oportunidad de conocer y contemplar algunos de esos paisajes. También lo hice en varias ediciones. Barbastro en sí, ya es precioso, con sus fuentes, sus plazas, sus magníficas iglesias y algunos recoletos rincones de postal… que ganan mucho cuando salen de las estrechas paredes de esas postales para dejarse palpar por el visitante. 

Pero no todo se queda allí, porque las joyas que esconde esa Huesca pre-pirenaica son realmente impresionantes. De modo que, sabiéndolo apenas de oídas, en una de esas ocasiones decidí aplicar mi política para estos eventos, para hacer una excursión a uno de los enclaves más bonitos de la zona: Alquézar. En España tenemos algunos más de ese estilo (recuerdo mucho Valldemosa, en Mallorca). Es complicado hacer comparaciones, porque cada cual tiene y mantiene una fuerte personalidad. Eso sí, todos ellos conservan rasgos medievales, calles estrechas, casas antiguas aunque excelentemente conservadas, pisos adoquinados, edificios emblemáticos… algunos de ellos con mucha historia tras sus paredes. 

Iglesia de San Francisco

Callejeando por Basbastro...

Una de las varias fuentes, de agua cristalina, ubicadas en el centro de Barbastro

Aproximándonos a Alquézar...

Vistas a pie de carretera... impresionantes

Ya en el centro del pueblo...

Otro de los accesos, no menos interesante

Callejeando, también en Alquézar

Desde el balcón de Alquézar... ¡qué ganas da de iniciar una ruta senderista!