La naturaleza. Eso de lo que todos hablamos, pero no siempre podemos disfrutar. Mi trabajo me encanta, pero desconectar es también necesario, incluso para regresar con más energía. En esas ocasiones, suelo aprovechar para hacer alguna salida por el monte. He tenido ocasión de hacer algunas rutas, muy apetecibles, ya sea cerca de mi casa, o no tanto. Pero nunca muy lejos. Casi siempre tenemos buenas opciones enfrente nuestro, pero las descartamos para ir a conocer lugares exóticos. Seguro que eso está genial. Pero yo prefiero conocer lo mío.
Los congresos académicos me han permitido hacerlo. Las escapadas a esas universidades invitan a conocer ciudades. Lo he pasado muy bien con esas visitas: como tiendo a exprimir los congresos nacionales, eso me ha permitido viajar por casi toda España. Seguiré haciéndolo, deo volente. Pero, además, dentro de España, no puedo por menos que aprovechar algunas de las oportunidades que me ofrece Cataluña, donde resido, no para exprimir las rutas urbanas, sino para explorar las que no lo son tanto. Así que voy a aprovechar para recomendar alguna excursión.
Cerca de donde vivo descansan las últimas estribaciones un parque, conocido como el Parc del Garraf. Da nombre a la comarca que preside, con cotas máximas de unos 600 metros aunque, eso sí, aquí lo del nivel del mar hay tomarlo en sentido estricto, ya que esas montañas nacen muy cerca de la costa. Antaño incluyeron un privilegiado coto de caza de gran extensión, en el que dicen que ejercía el Conde Güell.
Lo cierto es que en la actualidad el parque está bastante deteriorado, como consecuencia de la actividad de varias canteras vinculadas a la industria cementera. Con el transcurrir de los años, se ha logrado controlar la contaminación generada por las partículas de polvo de cemento que todo lo invadían y que llegaron a ser un problema para la salud de quienes residieron más cerca de las mismas. Sobre todo, en el antiguo núcleo urbano de Vallcarca, hoy abandonado por los residentes (aunque ahí nació mi abuela materna, por cierto), si bien aun continúa la actividad vinculada al cemento.
Esa actividad ha ido generando grandes «calvas» de piedra en una zona que, pese a no disponer de muchos puntos de agua potable, siempre ha sido muy verde. A consecuencia de ello, la visión que desde el aire se tiene del macizo, delatada cuando he tenido ocasión de tomar algún vuelo, es deprimente. Demasiados “cráteres” ocasionados por esa industria. Sin embargo, algunas de las primeras zonas explotadas y ya abandonadas se han ido beneficiando de una política de reforestación.
Pero lo fundamental es que, al margen de todas explotaciones, todavía quedan rutas muy interesantes. Las dimensiones del parque así lo permiten. Si esas rutas se planifican bien, podemos conseguir que apenas se deje entrever el desastre antedicho. Si, además, se recorren en fin de semana, ni siquiera hay ruidos, ni cercanos, ni lejanos, que enturbien la conexión con la naturaleza. De manera que esas rutas permiten contemplar con toda su belleza amplias extensiones del parque. Es cuestión de conocer un poco los itinerarios. Y también algunos rincones “secretos” …
Por ello, se trata de un lugar agraciado para practicar senderismo del bueno, con pocos tramos -si es que alguno- completamente llanos, pero con desniveles perfectamente asumibles sin preparación, sin necesidad de ningún entrenamiento previo y sin riesgo alguno. Una buena apuesta para desconectar, haciendo ejercicio al aire libre y regalando a los ojos alguna que otra buena «fotografía» para almacenar en nuestra retina.
¿Qué encontramos? Bosques de pinos, algunos intactos, otros ya bastante recuperados de incendios pretéritos; alguna que otra masía, de las que jalonan el macizo (depende mucho de qué ruta se desee seguir dentro de la gran extensión del macizo); así como la posibilidad de avizorar, preferentemente al amanecer o al anochecer, algunos ejemplares de la fauna local. No es tan fácil, como saben bien los senderistas. Los animales huyen del ser humano. Transitar por las pistas de tierra principales es una buena garantía para no toparse con ninguno. Pero siempre se puede uno desviar, al menos por un rato, por caminitos casi intransitables o, ¿por qué n0? campo a través.
Se pueden divisar conejos (es un buen momento, la primera hora de la mañana, al amanecer, porque suelen salir de sus madrigueras para degustar los brotes más tiernos de las vides que proliferan en algunas zonas cultivadas del macizo), ardillas (más las he visto al atardecer, cuando el sol comienza a esconderse, pero todavía no lo ha hecho por completo, saltando de pino en pino, evitando el suelo), perdices (en ocasiones en vuelo bajo, otras veces paseando su nerviosismo en busca de algún alimento). Y, con una pizca de suerte (con bastante suerte), podremos ver algún zorro, o algún jabalí, entre los mamíferos (a los jabalís resulta más fácil escucharlos, que verlos) así como algún ejemplar magnífico (aunque escaso) de lagarto ocelado. También, claro, culebras de buen tamaño (incluso de metro y medio), entre los reptiles.
En una ocasión me topé con una víbora (ahí denominada “escurçó”) pero esta vez de muy poco tamaño. Es, en realidad, el único reptil peligroso, ya que los lagartos son especialmente tímidos (solo muerden si logras agarrarlos… lo cual es muy, muy complicado) mientras que las culebras carecen de veneno. En otra salida pude contemplar una tortuga mediterránea de considerables dimensiones, pero para eso hay que alejarse, sí o sí, de los senderos más concurridos y avanzar algunos tramos a campo abierto.
Además, el Garraf es una buena tierra para recoger setas, en la temporada correspondiente, generalmente otoñal (rovellons, potes de perdiu, carlins). No es la mejor de las posibles. Quienes tienen por costumbre llenar cestos de setas sin apenas moverse prefieren otras zonas, más húmedas. Pero si la finalidad principal no es tan atrevida, la micología no deja de ser un buen complemento de algunas excursiones. Algunas especies tienen su particular agosto en enero y febrero (fredolics). Este último otoño, sin pretenderlo, conseguí un ejemplar aislado, pero de dimensiones alucinantes, de babosa (llanega negra), una seta realmente muy apreciada entre los gourmets. Guisada con carne es excelente, aunque tengo por ahí un colega, de mi pueblo, que, siendo como es uno de los principales expertos del lugar en este tipo de aventuras, suele comerse bocadillos de llanega.
Ese ejemplar lo recogí a pie de camino, mientras hacía una ruta de unos 25 kms desde mi casa hasta la Plana Novella (ida y vuelta), en las proximidades de una masía conocida como Can Marcer de Jafra. Esto me permite hablar de algunos puntos interesantes del macizo. Hay más. Aquí solo cito algunos a los cuales suelo acudir, cuando busco esa desconexión (con la ciudad) y esa (re-)conexión, con esos mismos montes por los cuales caminaba mi abuelo, de joven. Él para ganarse la vida, y yo por puro placer. De hecho, cuando camino en solitario por esos senderos, tengo la sensación de que… no estoy tan solo.
Ir de esa guisa me permite hacer esas rutas a buen ritmo, según la «caña» que me quiera dar. Pero no descarto las excursiones en grupo, si se tercian. Es la forma de conseguir alguna foto, ya que soy poco de selfies (siendo diplomático). En una de las fotografías que añado puede apreciarse la entrada de la Cueva (o Balma) de Can Muntaner, sita en el término municipal de Olivella, siempre dentro del parque. Esta ruta, el día de la foto, la hice con mi tío, Manel y mi prima, Vinyet, además de otros amigos. Esta ruta puede terminar en el casco antiguo de Olivella, relativamente cercano que, en sí mismo, tiene su gracia.
Pero los lugares del parque recomendables son muchos más. Os hago una pequeña guía, casi propia de un sherpa local, que al final es lo que soy. Pienso en el fondo de Vallgrasa, con sus característicos madroños repletos de fruta; el pequeño núcleo de Campdasens, que constituye un pequeño altiplano en medio del macizo, con sus casas bien cuidadas, su añeja capilla y su pozo de agua potable, así como las tierras cultivadas que lo rodean; la recoleta Ermita de la Trinitat, siempre cuidada por fuera y por dentro, con sus vistas sobre el mar mediterráneo, a levante, y sobre el resto del macizo, a poniente; así como el monasterio budista de La Plana Novella, en cuyo amplio recinto se esconden varios de esos secretos que conocemos los lugareños.
Todos ellos son puntos de referencia para los senderistas. Merece la pena acercarse. Aunque pocas vistas son tan bonitas como las que la naturaleza regala a los ojos del visitante en algún punto del trayecto que discurre entre l´alt de la Fita y el pueblo abandonado de Jafra -con sus misterios, psicofonías y leyendas a cuestas- puesto que desde ahí -desde ese punto- se contempla buena parte del macizo, y al fondo, como emergiendo entre las colinas repletas de pinos, también se contempla el inmenso mar. Me gusta respirar ese aire, sí, mezcla de azul y verde, con sabor a mediterráneo.
Dejando el Garraf, uno de los lugares más bonitos para disfrutar de la naturaleza, ubicado no tan lejos de mi hábitat cotidiano, es el macizo de Montserrat. Subir a pie desde su base hasta el monasterio, a algo más de 700 metros sobre el nivel del mar – o hasta su punto más alto, Sant Jeroni, a más de 1.000 metros sobre el nivel del mar- es un pequeño reto. Lo es, debido a lo empinado del camino, aunque también es apto para todos los públicos y tampoco tiene ningún riesgo, salvo imprudencia. Eso sí, mejor estar en forma, para poder disfrutarlo en vez de sufrirlo.
Una vez arriba, en la explanada del monasterio, ora sea llegando a pie, otrora gracias al tren «cremallera», hay varias visitas obligadas. Al monasterio, por supuesto. Eso va de suyo. Pero quizá podamos subir con el funicular que nos acerca hasta Sant Joan. En sus proximidades, podremos divisar (y acercarnos a pie a) varias ermitas rupestres, en las que habitaron los anacoretas. Dicen que hasta no hace tanto. También es visita obligada la «Cova» (cueva) en la que, cuenta la leyenda, se apareció la Virgen.
La ruta que nos conduce a dicha cueva es especialmente bonita, aunque, de nuevo, sin apenas un tramo llano. Desde la explanada del monasterio pica siempre hacia abajo con lo cual, el regreso puede hacerse duro. Pero no es larga. Ni se hace pesada. En menos de media hora uno llega desde (o regresa a) la explanada del monasterio. Además, el piso es excelente para el caminante. Lo bonito de la ruta tiene que ver con la belleza del paisaje; con las vistas que permiten contemplar miles de kilómetros cuadrados, al fondo; así como con las esculturas que jalonan el trayecto; y, por supuesto, con la «Cova» en sí misma considerada.
La fauna de Montserrat también es interesante porque, además de algún jabalí, se pueden ver con relativa facilidad (esta vez sí) cabras montesas. En una de las excursiones, un compañero de viaje dijo haber visto un ciervo. Fue en la zona de Sant Jeroni. Quién sabe. Por lo demás, mirando al cielo, podremos apreciar algunas aves rapaces en vuelo.
La montaña de Montserrat está considerada por muchos como una montaña mágica. Por diversos motivos. Dicen que, de vez en cuando se dan concentraciones de ufólogos. No he asistido a ninguna porque yo, a esas horas, estoy durmiendo. El caso es que sus rutas interiores son casi mejores que la ascensión en sí misma. Suelen discurrir por encima de la explanada, curiosamente, con bastantes tramos llanos. Hay que tener en cuenta que la montaña es, en sí misma, más que original. Como muestra, os dejo unas fotos de algunas de las formas más caprichosas generadas por la naturaleza en las peculiares rocas del macizo. Están tomadas en una de esas rutas interiores, la que discurre desde Sant Jeroni a Sant Joan.
También tiene su gracia el otro gran macizo catalán, el Montseny. Lo conozco menos, aunque también he podido disfrutar de sus encantos. Considerado como parque natural, siempre da mucho de sí, variando las sensaciones en función de la ruta seleccionada, o del punto de arranque de cada excursión. Es una zona con buena vegetación, humedales y una flora rica en matices, en las primeras estribaciones, aunque menos poblada en sus puntos más altos. Ahí no podría hacer de guía turístico, pero guardo buen recuerdo de esas caminatas, cuesta arriba, y cuesta abajo.
Una excursión típica es la ruta que va desde Collformic al pico de Matagalls. Ésta puede tener unos 8 kms, o quizá un poco más, con un desnivel de apenas 600 metros, que además son muy «tendidos», de forma que también se puede hacer sin especial preparación. En todo caso, cuando se llega a la cumbre se alcanzan los 1.700 metros de altura sobre el nivel del mar, lo que redunda en unas magníficas vistas. Pero, como casi siempre, el camino es lo más importante, y lo que más se disfruta. Se nota, creo, en la cara de satisfacción que pongo en una foto hecha a traición, cuando ya estaba bastante cerca de esa cumbre.
Ya más lejos, una salida obligada, aunque sea más de vez en cuando, lo es al Pirineo. Esa es otra historia. Ahí los paisajes son hasta difíciles de describir, por su gran belleza y plasticidad. Sus cumbres se acercan o superan con frecuencia los 3.000 metros de altura. Las distancias pueden ser engañosas, porque son impresionantes. Tanto, que uno tiene la sensación de que se le corta la respiración solamente con la contemplación de esa abrupta inmensidad.
Es cuestión de disfrutar de la zona buscando rutas amables, que nos permitan sacar provecho de la visita sin tentar a la suerte, pero sin que un exceso de prudencia nos impida llegar muy, muy arriba. En ese sentido, una de las montañas que se pueden subir sin demasiados problemas, puesto que no contiene ningún paso complicado, ni requiere hacer scrambling, es el pico del Puigmal. Aunque ése sea el objetivo, existen varias posibilidades para comenzar la aventura. Una, fácil, pero muy interesante, es plantarse en el Santuario de Nuria, que bien podría ser punto de llegada en vez de punto de partida, de cualquier excursión.
La logística es sencilla. De hecho, se puede llegar en transporte público, para iniciar el ascenso desde ese enclave. Porque se trata de un lugar realmente bello por sí mismo, que conforma un valle ubicado, pese a su nombre, a gran altura, y que contiene un gran lago que opera como un gran espejo en el que se refleja la imagen del complejo que rodea dicho santuario. La imagen es propia de una postal, en cualquier época del año (en verano es verde; en invierno, blanca). Solo que la realidad supera a la ficción, como casi siempre ocurre.
Sin embargo, para los que estén más fuertes, la ruta podría comenzar mucho antes, en el municipio de Queralbs, al que también se puede llegar en transporte público. Desde ahí, se tarda entre 2:30 y 3 horas hasta llegar al Santuario. Se trata, asimismo, de una ruta muy agradecida, debido a sus panorámicas, aunque nuestros sentidos pueden deleitarse más, si cabe, en la época del deshielo, ya que baja mucha agua, generadora de inopinadas cascadas. Pero esa ruta, desde Queralbs, siempre pica hacia arriba. Quizá haya unos 600 metros de desnivel, o puede que algo más, entre Queralbs y el Santuario de Nuria… para luego iniciar la verdadera ascensión desde el Santuario hasta la cima.
Ojo, ya que la cumbre está ubicada a casi 3.000 metros (2.9oo «y pico») sobre el nivel del mar. Pero hay que tener en cuenta que lo está a unos 1.000 de desnivel en relación con dicho Santuario. Como para echar cálculos acerca de desde dónde conviene comenzar la ascensión final. Os dejo un par de fotos. La ruta era la corta (Santuario-cima). Una recuerda el comienzo de la ruta, con el Santuario al fondo y un rostro fresco. La otra está tomada al final de la misma, ya en la cumbre. Cansado, pero contento. Estado de ánimo compartido por los componentes de la «expedición». Ese día iba acompañado por mi primo Ricardo Baqués y algunos amigos suyos. Se nos ve satisfechos… no hay para menos…
Otra ruta bonita, que en su día me apeteció mucho hacer y que es bastante menos exigente en cuanto a desnivel, es la que nos conduce desde Pamplona hasta el castillo de Javier. En realidad, se puede modular, en cuanto a la distancia a recorrer se refiere, en función del punto de arranque de la excursión. Las que dejo son fotos de una “javierada”. Se trata de una romería en la que cada año participan varios miles de universitarios. Yo no la hice, en su día, siendo alumno. Pero me quedó la espinita clavada. De manera que la he hecho siendo ya profesor.
Desde Pamplona son 50 kms (aproximadamente) pero en el día que nos ocupa hicimos, más o menos, la mitad de ese kilometraje. De todos modos, se trata de un buen paseo, con paisajes dignos de ver, siempre tan verdes, en tierras navarras. Y con un tramo final de aproximación al castillo, que es realmente espectacular. La niebla que lo enmarcaba ese día lo hacía todavía más atractivo… así que cuando divisé a lo lejos las primeras formas de los torreones del castillo, realmente parecía que una máquina del tiempo nos había trasladado a la Edad Media. Por cierto, los alumnos que participaron de la caminata, muy bien, con mucho espíritu, en forma y con ganas. Así que alguna “javierada” más caerá…