Años ha, cayó en mis manos un viejo compendio de máximas, cuyo autor es San Juan de la Cruz (mientras que el recolector dícese anónimo). Ésta es una de esas máximas. En dicha compilación, se hace coincidir un mensaje con cada día del año. Así que, en llegando al 10 de diciembre, apareció la que ahora traigo a colación. Todo el texto tiene por fin el fomento de las virtudes, contra las tentaciones. Aunque, siguiendo las recomendaciones de San Juan, lo adecuado no es enfrentarlas, sino soslayarlas (en lo que él define como «anagogía»). La tentación en cuestión radica en guiar mi conducta en función de lo que me gusta o apetece (¿acaso todo lo que me gusta, o lo que me apetece, me conviene realmente?). Lo cual, trasladado al mundo académico, podría ser algo así como juzgar favorablemente aquello que coincide con mis deseos y denostar lo que los contraría. Lo cual, a su vez, contiene un factor añadido de perjuicio causado a terceros, en el caso de que sus reflexiones no fueren de mi gusto. Esta frase del santo de Fontiveros se enmarca en el fomento de la virtud de la prudencia. Aunque, como puede apreciarse, es colindante con el celo por la justicia. Y nadie dijo que fuese tarea fácil ejercerla(s). Por eso, justo por eso, algunos hombres sabios se encargan de recordárnoslo…